Muy amado por ellas y muy perseguido por ellos, a Pedro de la Cosa le llegó su hora. En su lecho y sin más indicado confesor que un servidor, relajó todas sus culpas y favores compartidos.
De tanta grandeza y calado quedó su “nobleza” que impactado, a sus compungidas fieles les construí su propia iglesia.
Tras un sentido pedronuestro y una vez predicada su palabra, terminamos comulgandonos las penas en su nombre.
Y dándonos las gracias, hasta otra misa nos despedimos.
Y dándonos las gracias, hasta otra misa nos despedimos.
Bíblico muy bíblico, si señor. Se ve que tuvo una vida de lo más...
ResponderEliminarUn saludo.